Cuando se habla de adaptarse a las nuevas normas medioambientales no hay que pensar únicamente en el mundo del automóvil; es verdad que los coches de hoy consumen mucha menos gasolina que los modelos de hace veinte o treinta años, pero lo mismo podría decirse de otros aparatos cotidianos, como los lavavajillas. Puede que llegue un día en que no necesitemos gasolina, pero nadie considera un futuro en el que podamos lavar sin agua. Los aparatos que la utilizan como principal material de trabajo están, pues, obligados a no desperdiciarla. Y, al mismo tiempo, a mantener su nivel de eficacia reduciendo en lo posible el consumo energético en general.
La tecnología incluída en las nuevas generaciones de lavavajillas industriales tiene muy en cuenta la inclusión de soluciones en este campo: una es la implantación en los aparatos de un generador exterior a gas para el agua caliente, que puede suponer hasta un 80% menos de gasto de energía, un 40% en el tiempo necesario para su puesta a régimen y –quizá lo mejor de todo– un 100% de reducción en la emisión de residuos contaminantes (¡sí, son cifras reales!)
Otras soluciones incluyen la mejora del aislamiento de los aparatos mediante la implantación de la doble pared, que no sólo consigue un funcionamiento más silencioso –la acústica es, a fin de cuentas, otra forma de contaminación– sino que disminuye la pérdida de temperatura en la cuba de lavado, reduciendo así la energía necesaria para mantenerla.
El mundo de la restauración y hostelería es especialmente sensible a los nuevos requisitos de consumo. El gran volumen de platos por limpiar en restaurantes, hoteles o comedores supone para el empresario un gasto mucho mayor que se traducirá en facturas de agua y electricidad mucho más elevadas. Los motivos para controlar el consumo no son sólo medioambientales: también son económicos.
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